Escande, Enrique
En los años treinta y en parte de los cuarenta, los vendedores que andaban por las tribunas del Gasómetro lucían guardapolvos color beige y gorras como las de los guardas de trenes o tranvías. Vendedores de golosinas la gran mayoría. Años después comenzaron a aparecer los de café y refrescos y más tarde los de gaseosas, panchos, maníes y de todo, sin uniforme, claro, hasta que Coca-Cola vistió con camisas o chaquetas rojas a unos y Café Sorocabana con chaquetas color “caqui” a otros.
Hubo un vendedor que no se parecía a ningún otro por su vestimenta y al que se lo podía ver sin fallar desde una popular a la otra. Un personaje singular. Se llamaba José Eduardo Pastor y su apodo era el de la marca de su mercadería, “Chuenga”, inolvidable para varias generaciones de aficionados.
José Pastor vendió sus caramelos desde 1932 hasta que cerraron al Gasómetro. No era su único lugar de trabajo, claro, porque andaba por todos los estadios de fútbol de Buenos Aires y sus alrededores, el Luna Park y por escenarios donde se practicaban otros deportes hasta 1984, cuando falleció a los 69 años.
Pastor puso el nombre de “Chuenga” a su producto, y él mismo quedó identificado así, al argentinizar la denominación inglesa de “chewing gum” que aparecía en los envoltorios de los chicles a principios de los años treinta. Vivía en Floresta y no hubo estadio al que haya faltado. Los pibes lo adoraban y siempre andaban a su alrededor.
Los caramelos “Chuenga” (ricos, por cierto) jamás se vendieron por otra persona que no fuera Pastor (lo intentaron una vez y no funcionó), quien para llamar la atención se vestía con ropa multicolor. Nunca se supo la fórmula utilizada para su fabricación y qué precio tenían los “Chuenga”, porque el tipo entregaba al comprador una cantidad determinada según las monedas que éste le daba. Cualquiera fuera el valor de las chirolas, Pastor siempre sacaba caramelos de su bolsa. Se comentaba que era millonario, que vivía en una mansión, pero Chuenga siempre viajaba en los transportes públicos y sus vecinos del barrio aseguraban que era un hombre de costumbres sencillas, que jamás hizo ostentaciones, que su casa era modesta y que trabajaba los siete días de la semana fabricando los caramelos y yendo de un lugar a otro para vender él mismo su mercancía, que era un verdadero disparador de sonrisas y alegría. Quienes lo conocieron sintieron una singular simpatía por él. “Chuenga”, el más popular y famoso de los vendedores ambulantes, subió y bajó los tablones del Gasómetro tanto o más que cualquier hincha.
Memorias del Viejo Gasómetro.