Otero, Alejandro
Hay entrenadores defensivos, ofensivos y grises. Técnicos complicados y simples. Hay autoritarios, profesores, que enseñan con la palabra y sin el látigo, y otros que usan el látigo para gritar en vez de hablar.
Están los contragolpean y los que presionan. Están los que se paran en campo contrario y los que juegan en el mismo. Están los que esperan el error rival y los que provocan el error del contrario. Están los que a sus equipos los paran cerca de su arco; los que lo hacen en tres cuartos de cancha y los que presionan a partir de los delanteros. Están los que entienden el juego y sus equipos son cortos y los que se creen que saben y sus equipos son de 80 metros.
Están los que se la creen y los que a pesar de ser exitosos buscan no relajarse. Están los que creen que es un deporte físico y los que creen que es un deporte con pelota. Están los que creen que la pelota es más rápida que el jugador y los que piensan que el jugador es más veloz. Están los que pueblan el mediocampo de picapiedras y los que lo llenan de “jugones”. Están los que juegan con un delantero, con dos y los que juegan con un tridente.
Están los valientes, los cautelosos y los miedosos. Están los que usan la pelota parada como sistema y los que la usan como recurso. Están los entrenadores que a sus equipos les rebota el balón, los que carecen de funcionamiento colectivo y la trasladan y los que son una sinfónica y juegan a uno o dos toques. Están los que creen que este es un deporte de velocidad y otros que es un juego de velocidades.
Están los entrenadores que piensan que el jugador más rápido es el que corre y otros que es el pensante.
Y están los lectores que llevan un entrenador adentro y leen esto y se imaginan diversos directores técnicos o jugadores que encajen en cada adjetivo citado o los que simplemente lo leen sin soñar.