Brasca, Raúl
Acusado de pertenecer a un grupo conspirador lo buscaron en su confortable casa de playa y lo detuvieron. Fue encarcelado aunque se le concedió una celda con ventana. Por la ventana miraba el paisaje: hoy un bosque, mañana un río, después un valle y sus montañas. Hasta que los conspiradores triunfaron. Entonces, vio borrarse los muros de la cárcel y, luego de un destello blanco que lo encegueció, se encontró en un enorme y desnudo recinto. Hundidos en la penumbra, igualmente distanciados entre sí, había otros como él. Parecían equilibristas aterrados: se les había desvanecido el mundo y no se atrevían a dar un paso. Algunos tanteaban el piso con las manos como si comprobaran la consistencia de ese ignorado sustrato de la realidad. Pero el terror duró sólo unos instantes: sin que él se moviera del lugar, un nuevo relámpago de luz blanquísima volvió a instalarlo en su confortable casa de playa.