Hinrichsen, Ana
Cuando tenía unos cuatro años, mi madre se ausentó unos días que me parecieron años. Mi abuelita me cuidaba bien pero me retaba mucho. Entonces, yo echaba muchísimo de menos a mi mamá.
Así es que, subí a un cerro y en soledad grité a los vientos con toda la fuerza de mis pequeños pulmones: “Mamita, ven por favor, que te extraño”.
Grité y grité. Lloré hasta que me cansé y decidí volver.
Cuando bajé del cerro y llegué a mi casa, entré a tomar agua. Al volver a salir, la vi a ella que venía caminando cargada de bolsas. Casi muero de alegría: creí que de tanto llamarla, ella me había escuchado.
Durante años pensé que mis gritos llorosos la habían traído de vuelta. Aún hoy, cuando la necesito, subo a un cerro y grito: ¡Mamita! ¡Ven, por favor!