Gaziano, Mirta
“¡¡¡Una Anaconda, una anaconda!!! Abuelo, abuela, una anaconda, así de larga…”
Claro, después de una mañana de barrer cien veces la arena de las zapatillas, de tender las pilchitas recién lavadas, de higienizar la cocina con las tacitas del desayuno, luego de atender el teléfono de mi hija preguntando por sus pollitos, y de otras cincuenta cosas más, opté por suponer...