Cabrera, Rubén Faustino
Primero le arrancó la libertad. Le arrancó su futuro, le arrancó los sueños. Después le arrancó las uñas, le arrancó las orejas, le arrancó los testículos. Finalmente, intuyendo que ya no hablaría, le arrancó la lengua.
En consecuencia, con su víctima desangrada, le arrancó la vida.
- ¡Hijo de puta! -gritó entonces con furia el torturador- ¡No le pude arrancar...