¿Es la microficción una modalidad narrativa?

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Brasca, Raúl. ¿Es la microficción una modalidad narrativa?. Suplemento Ñ, Dario Clarín.

Una discusión que perdura desde que se comenzó a estudiar sistemáticamente la microficción es su presunto carácter narrativo. Las razones del desacuerdo son sobre todo históricas, pero no excluyen el malentendido. La confusión viene de lejos, de cuando la revista mexicana El Cuento (que durante tantos años dirigió Edmundo Valadés), llamó a esas breves composiciones que aparecían en pequeños cuadros diseminados entre sus páginas, “cuentos brevísimos”. Indudablemente la palabra “cuento” remite a un texto narrativo. Más aún: el mismo Valadés, puesto a definir esas brevedades las encuadró exclusivamente dentro de la narrativa. Él, como algunos antólogos que vinimos después, debe de haber juzgado las miniaturas textuales no narrativas que publicaba en El Cuento como “excepciones” a la norma. Sin embargo, las excepciones solían ser muy recordables. Recuerdo dos escritores prestigiosos quienes, cuando les hablé del “cuento brevísimo”, lo relacionaron inmediatamente con la siguiente pieza de Salvador Elizondo: “La mariposa es un animal instantáneo inventado por los chinos” * ( El Cuento nº 44, pág. 642, 1970) que, evidentemente, no es narrativa. Pero nada impedía en esa época que piezas como esta fueran consideradas excepciones o licencias del compilador: eran muy inferiores en número a las narrativas y aparentemente — sólo aparentemente—, no eran necesarias en el conjunto.

Pero ¿qué sucede cuando la proporción de “excepciones” crece sin tregua? ¿hasta qué punto pueden seguir considerándose excepciones? Si se diseña una canasta para contener exclusivamente objetos de determinada naturaleza y luego se verifica que de su conjunto solamente unos pocos se ajustan de manera estricta a la naturaleza supuesta, surgen sólo dos actitudes posibles: o bien se dejan afuera más objetos que los que entran, o se cambia el diseño de la canasta. Lo primero supone que es antes la canasta que los objetos. Lo segundo que primero son los objetos y luego la canasta. Dado que la canasta fue diseñada para contener los objetos, creo que no cabe duda de que la segunda es la actitud correcta. La analogía es obvia: los objetos son los textos y la canasta la definición genérica.

Se me dirá que, sin objetar lo que acabo de decir, todo depende de la muestra de textos que se elija y que esa muestra es por fuerza subjetiva. Respondo que, efectivamente, todo depende de la muestra pero que ésta no es tan subjetiva como pareciera a primera vista. Hay condiciones y circunstancias insoslayables al momento de elegir la muestra. Ningún criterio podrá sensatamente desestimar la exigencia de que los textos elegidos se lean como microficciones, o el hecho de que hayan sido escritos como microficciones, o que se hayan publicado junto a otros textos que se aceptan normalmente como microficciones. Habría que empezar, entonces, por determinar qué quieren decir los lectores cuando dicen leer microficción, qué escriben los autores cuando dicen escribir microficción, y qué incluyen (y también qué excluyen) los antólogos cuando dicen compilar microficciones. No puedo brindar un trabajo exhaustivo y documentado para responder taxativamente a estas preguntas, pero me arriesgo a dar algunas respuestas:

• El lector espera recibir de las microficciones un cierto tipo de satisfacción estética sin importarle demasiado si la obtiene por medio de un texto narrativo o no. La percepción de este tipo de satisfacción estética posiblemente se haya desarrollado en él a partir de brevedades narrativas, pero eso es, en todo caso, un dato histórico y no una condena. Es muy complejo agotar los componentes que contribuyen a esta satisfacción pero entre ellos estaría una escritura que maximiza la relación entre la capacidad del texto para impactar sobre el intelecto y/o la sensibilidad del lector y los medios utilizados para ello, sumada siempre al hecho de constituir, el texto en sí mismo, una desembozada demostración de esa capacidad. Por eso las microficciones, de cualquier tipo que sean, tienen algo de conclusivo y de inapelable, aunque a veces sólo sea la afirmación final (triunfal) de su propia potencia. Esto no significa que una reflexión posterior al momento de lectura no pueda relativizar sus procedimientos y contenidos sino que, si una microficción resultó conclusiva e inapelable cuando se la terminó de leer, el propósito está cumplido. Huelga señalar que piezas no narrativas son perfectamente capaces de generar la satisfacción indicada.

• Los autores de microficciones, en general, escriben indistintamente piezas narrativas, no narrativas y todas las combinaciones intermedias. No hacen diferencias ni cuando las escriben, ni cuando las agrupan para publicarlas.

• Los antólogos suelen ser aún más audaces que los autores. Las autodenominadas antologías de microficción, salvo casos muy específicos, no solo no restringen la entrada a los textos debido a su carácter narrativo o no, sino que, muy frecuentemente, incluyen poemas que pueden ser leídos como microficciones, es decir, que pueden ofrecer el mismo tipo de satisfacción estética.

Considero que, hoy por hoy, el concepto de microficción que, consciente o inconscientemente, tienen sus lectores habituales, es el de una homogénea heterogeneidad, valga el oxímoron. Homogénea por la clase de satisfacción que brinda, y heterogénea por la variada naturaleza de los textos que agrupa.

* Es un fragmento del cuento de Salvador Elizondo, “La mariposa” ( El retrato de Zoe y otras mentiras , 1969) Ignoro si el recorte fue hecho por el mismo autor, por Valadés o por alguien cercano a la revista.

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