Muñiz, Juan Carlos
El morfón es ciego y sordo. Sus ojos clavados en el piso siguen hipnotizados con los brincos de la pelota. Está encadenado a ella como un presidiario a su bocha de hierro. Cuando la transporta va atravesando una lluvia de inútiles reclamos: “pasala”, “toma y andate”, “tocala”, “largala morfón” “Por qué no te vas a la puta que te parió”. Sólo muy de vez en cuando y ante una evidencia flagrante de egoísmo o capricho, ele ejemplar se digna a ensayar una excusa generalmente inconsciente, del orden de “no te vi” o “no te la podía dar me estaban marcando”.
Pero por lo general el morfón es inmutable; un muro blindado contra el que se estrellan denuestos, alaridos y protestas sin hacer mella. Y aunque comúnmente se trata de gente con buen dominio de balón, ser Morfón no depende exclusivamente de ello. Hay morfones con altísimo porcentaje de gambetas fallidas, pura ceguera y obstinación. Esos son los peores.