6 de enero

García, Guillermo Osvaldo

A vos no te voy a mentir, Teodora: los tipos, de entrada, me parecieron raros, con aquellos trajes tan vistosos, las tupidas barbas y esa manera de hablar, entre trabajosa y antigua. Primero pensé que eran gitanos… no sé… o de alguno de esos circos pobres que, como por arte de magia, aparecen de un día para el otro en los descampados para esfumarse así, sin aviso, al poco tiempo… Como sea, la cosa fue que igual me les acerqué: una mano, vos lo sabés, no se le niega a nadie… y menos a esa hora de la madrugada. Yo, como de costumbre, iba para la fábrica con tiempo de sobra, así que no me costaba nada distraerme un rato y ayudarlos a sacar sus animales de la Tosquera. Para mí, y de tan cansados que iban los pobres, se habrían acercado más de la cuenta para beber y habían caído en esa trampa de agua y barro. Y así fue que, después de tironear un rato, los rescatamos entre los cuatro. Entonces, cada uno a su turno, los tres forasteros me dieron las gracias con palabras que no entendí pero que me sonaron tan pero tan bien como la más hermosa de las músicas. En seguida montaron en aquellos bichos altos y jorobados y, sonriendo, me dijeron adiós con la mirada mientras se alejaban rumbo al amanecer. Yo me quedé ahí, solo, sin saber muy bien qué hacer ni qué pensar hasta que, al rato nomás, empecé a llorar sin poder contenerme. Sí, así como lo oís: lloré. Pero no de pena… no… más bien de alegría. Una alegría que no sentía desde hacía mucho… desde que era muy pibe y que después habré olvidado cómo volver a sentir… ¿Me creés, Teodora? ¿Me creés si te digo que hoy veo todo distinto y me siento igual que si hubiera nacido de nuevo?

El error

Gliksman, Gabriela

Eran los tiempos de mi infancia. 6 años tenía. Georgi, con total desparpajo me estampó la famosa frase: “los reyes son los padres”. Yo, que me hacía la inteligente, dije que ya lo sabía. Pasaron muchos años. Me levanto despacio y en silencio. Soy Melchor, tomo mi camello y llamo a mis dos compañeros. Siendo Gaspar me digo a mí misma (Baltasar) que no hagamos ruido. Soy todos. Soy los camellos también. Los tres recogemos el pasto y el agua. Los tres dejamos los regalos. Los tres nos vamos con la misión cumplida y yo me vuelvo a acostar. Mi amiga se equivocó, los reyes existen…

Zapatos vacíos

Godoy, Rud

Ya era noche avanzada de ese fatídico cinco de enero de 1986 y la gente en silencio se fue retirando. Yo tenía cinco años, había enviado la carta a tiempo y, con el pensamiento puesto en los Reyes Magos, me acomodé en una dura banqueta del amplio salón, teniendo cuidado de acomodar mis zapatos uno al lado del otro como me enseñó mamá. No sabía dónde buscar pasto para los camellos y, pensando cómo harían para entrar en ese lugar, me quedé dormido.

A la mañana siguiente sentí que alguien me sacudía suavemente para despertarme y me decía que me apurara, que ya era hora de ir al cementerio. Recordé que mis padres habían muerto ayer en un accidente y habíamos pasado la noche en la sala velatoria.

Al ir a calzarme encontré mis zapatos vacíos. No tengo claro si mi llanto desconsolado era por la pérdida de mis padres o por la enorme desilusión de que los Reyes me habían olvidado.

Más tarde, al llegar a la casa de mis abuelos, donde transcurriría el resto de mi vida, fue muy grande mi sorpresa cuando vi gran cantidad de regalos, restos de agua y pasto y hasta barro de las pisadas de los camellos.

No entendí mucho la mirada de mi primo, tres años mayor que yo, pero por fin dejaría de molestarme con esa burla de que los Reyes eran los padres.

¿Quiénes son los Reyes?

Ribbert, Elsa

Era costumbre, el ritual “de los Reyes Magos” comenzaba la noche del cinco de enero.

Pero aquel cinco de enero fue diferente. Avanzada la noche, escuché un relincho extraño y desperté enseguida. Me levanté y caminé despacio hacia la puerta del patio, donde estaban los zapatos. Grande fue mi sorpresa al ver a tres hombres disfrazados, con unos sombreros muy raros, tocando los paquetes. “¿Son ladrones de regalos?”, me pregunté. Muy quieto observé la situación. Estos señores no se llevaron nada, acomodaron los obsequios, salieron al patio, cada uno agarró con una soga a un camello y se fueron.

Esa noche perdí mi inocente ilusión infantil, me enteré de que los Reyes Magos no eran mis padres.

Cuatro huellas y seis patas

Astegiano, Carolina

No les habrá resultado nada fácil a tres hombres, vestidos estrafalariamente, no llamar la atención y ocultar a tres animales tan grandes como exóticos. Por eso, es doble el mérito de darles los juguetes a los padres para que los entreguen a quienes correspondan, enseñarles a ser discretos –lo cual nunca ocurre- y permanecer detrás de la ventana mientras supervisan la acción, se toman el agua y le dan el pasto a las bestias.

Por suerte, ya no tienen que hacer malabares. Esa madrugada los vi. Ya no es necesario ocultar el secreto.

Él la odiaba

Guzmán, Haydée

Día de reyes. El calor agobiaba. Los mayores entregados en justificada siesta. El sol daba en mi cara, esquivando hojas de la vieja higuera. Mi refugio.

Abajo decían que los reyes eran los padres. Yo sabía que no. Entretenía la hora dramática del calor buscando las últimas brevas, mientras tanto oía, callaba. Abajo peleaban por saber más. Yo oía y callaba.

Yo sabía la verdad. Esa mañana había recibido el mejor regalo de reyes que se puede imaginar. Recibí el abrazo cariñoso y cálido de una madre que se me había muerto hacía tres años, demasiado pronto, demasiado rápido. Por eso supe que los reyes, no eran los padres. Mi padre nunca me hubiera traído semejante regalo. Yo sabía que él la odiaba.

Sin título

Martínez, Silvia

Lloré hasta que mis ojos quedaron tan rojos como el turbante de mi padre. ¿Por qué mi caso debía ser diferente al de todos los chicos? ¿Por qué no recibía yo regalos el 6 de enero de cada año? Nunca se me había ocurrido pensarlo hasta que mi celoso hermano mayor me dijo la fatídica frase: “Los Reyes Magos NO son los padres, tonto, por eso nosotros nunca recibimos nada.”

De ahí en adelante me tuve que conformar con ser nada más que el hijo del Rey Gaspar.

El cuarto Rey Mago

Zalazar, Alejandra

Siempre tan escéptica, desde pequeña la ingenuidad me había abandonado, sabía de Papá Noel, de los Reyes Magos, del Ratón Pérez…

Ya nada quedaba por descubrir.

Un seis de enero dos líneas aparecieron en un test de embarazo. Parecía ser un milagro. El milagro de Reyes… un niño que trajo felicidad a mi vida y hoy tiene más de cinco años…

Incienso y mirra

Avogadro, Marisa

Se sentía suave y penetrante el aroma, extraña mezcla de incienso y mirra. Misterio, religiosidad, purificación. Como hace 2000 años. En un círculo concéntrico de anillos del tiempo. En un establo pequeño…

Se sentía suave y penetrante el aroma, extraña mezcla de incienso y mirra. Las figuras de fina porcelana con las imágenes de los Reyes Magos, seguían ahí inmóviles, en el costado de la chimenea. Ya no venían los Reyes como antaño, o ¿sí…? Pues el perfume inundaba la sala, junto al pino había dos paquetes envueltos en papel dorado para María. Nadie había perfumado la casa. Sus presencias se sentían.

Acaso, ¿Ustedes no creen en los Reyes Magos…?