Sobre héroes

Baldessari, Adriana

El muchacho alto y encorvado llegó al Parque Lezama y eligió un banco cerca de la estatua de Ceres. De pronto se sintió observado, tuvo miedo de darse vuelta pero ganó el deseo y entonces la vio. Sus ojos húmedos, puros y melancólicos recorrieron el cuerpo delgado de la muchacha, el cabello negro con reflejos rojizos, sus ojos verde oscuro y esa boca grande en la que se detuvo largamente. Ella le leyó el pensamiento y sentándose a su lado lo alentó: Podés besarme, soy Alejandra. Entregado al misterio de sus labios, Martín no pudo decirle su nombre.

Perro amor

Baldessari, Adriana

Su imposibilidad de amar la alejó paulatinamente de hermanos, sobrinos, hijos, nietos, bisnietos, pero no de amigos porque nunca los tuvo. Ante una dramática internación, ya que extrañamente nevaba en Buenos Aires, la familia olvidó los malos tratos del pasado y se acercó para cuidarla. Una vez repuesta, la anciana sin dar muestra alguna de agradecimiento, los echó de su casa. Antes, genio y figura, les había gritado que olvidaran la herencia porque pensaba vivir cien años. Los 99 los festejó sola. El beso de cumpleaños se lo dio el caniche toy.

Antes del cine

Otero, Álvaro Carlos

Mientras Pedrarias, su suegro, sonríe sin ocultar su satisfacción, Vasco Núñez de Balboa recuerda el beso de la princesa taína que lo trajo a esta situación. Bueno, lo que lo trajo aquí fue la traición de Garabito, despreciado por Anayansi cuando eligió a Balboa. Redobla el tambor y Vasco, gran soldado y administrador al que el Rey dejó misteriosamente de lado, más recordaba aquel apasionado juntar de labios que selló la intimidad con la princesa taína y que lo trajo al patíbulo donde el verdugo lo espera para cortar su cuello, en el que Anayansi había dejado las marcas de su pasión.

La brisa olía a muerte

Sorbo, Hugo

En la nuca sintió un beso húmedo, nada enamorado. Encogió su cuello, pero la sensación no terminó ¿Quién estaba detrás de su ella y osaba tocarla? No se giró, el miedo la paralizaba. La noche latía amenazante, ni la Luna se asomaba ante el diabólico engendro. La brisa olía a muerte y flotaba perezosa en el aire.
No podía quedarse ni un minuto más en aquel lugar, debía huir. Se agachó convenientemente y enfrentó al aparecido (¿Por qué le habría parecido masculino?)
Una media larga de nylon barato se agitaba lentamente en la soga de colgar, movió su mano furiosa y la separó de su cabeza.
Mientras partía rauda hacia la escalera, su mente musitó indignada: –No subo más a la terraza de noche.

Cosas de pueblo

Fulco, Omar

Le traían un mal recuerdo los besos de las películas. Esos del final, que sellaban un amor o marcaban un reencuentro. Era por algo que le había pasado hace mucho años en su pueblo. Un domingo al atardecer, al salir del cine, fueron con su novia hacia la plaza y se besaron apasionadamente al amparo de un ombú y de las primeras sombras de la noche. Para él, eso terminó siendo un beso de despedida. A los pocos días, ella lo dejó por otro.

A Porchia

Baldessari, Adriana

Sola en el repleto andén de Acoyte. Sola entre la multitud que la incrusta en el vagón del subte. Sola compactada por cuerpos húmedos. Cuando la formación arranca cierra los ojos y se escapa por diez estaciones a su lugar en el mundo, la playa de Pocitos. Junto a su amor de la otra orilla camina libre por la arena blanca y se interna en el río hasta que la brisa otoñal la elige para dejarle una hoja dorada pegada en la frente. Él la besa y la hoja cae al agua como una estrella fugaz. Bajan en Perú. “El amor es una compañía”.

El beso

Sorbo, Hugo

La puerta fue abierta hacia atrás y ella se decidió a penetrar en la estancia. No había luz. La ventana, de haber existido una, mostraría la noche cerrada como ala de cuervo. No recordaba haber compartido la cena con alguien, pero la presencia permanecía latente. Su mano recibió orden de encender la luz mas su instinto se negó. Solo un loco seguiría adentrándose allí, pero ella estaba loca; loca de amor por el ausente.
De pronto una señal en la oscuridad; se crispó y decidió enfrentar lo que estuviese oculto en el lugar.
Su cara fue detenida en plena acción. Sus labios recibieron la humedad de otros labios ocultos en el negro. La sensación de reconocer no necesitó luz para estrujar la boca sensual ofrecida.

Una de vampiros

Di Giacomo, Silvia

Salieron del cine y caminaron por el parque hacia la casa de ella. Había una luna llena brillante, maravillosa. Iban tomados de la mano, en silencio, disfrutando de la noche. Ella le dijo: “Estuvo buena la peli, aunque a mí las historias de vampiros… ya sabés, mucho no me gustan. La escena que me encantó fue cuando estaban en medio del bosque, iluminados por la luz de la luna llena y él sintió el irresistible impulso de morderle el cuello. Parecía que iba a hacerlo, pero el amor fue más fuerte y le dio un beso que me puso la piel de gallina. Me gustaría que me besaras así alguna vez”.
Lo miró y le pareció que él estaba muy pálido, pero pensó que era debido a la luz blanca de la luna.
Él contestó: “Te voy a dar el gusto, me siento romántico en este momento”.
La besó apasionadamente, luego bajó hasta su cuello, le clavó los colmillos y comenzó a chupar la sangre con delectación.

Un beso de película

Ruettinger, Susana

¡Un beso de película es el que le voy a dar en la frente a mi nieto cuando nazca!
La futura mamá está radiante, va y viene con su panza como si nada.
¡Y con estos calores!
Pero… ¡quiere que nazca ya!
El futuro papá también está súper ansioso. Ayer, en un cumpleaños, pidió que le dejen alzar a un bebe de 20 días.
Después comentó que le había dado miedo. Claro, cuando son tan chiquitos, su aparente fragilidad nos hace sentir muy torpes.
¡Tan indefensos y a la vez tan poderosos!
Un solo amago de llanto alcanza para tener en vilo a quienes lo están cuidando: Su majestad el Bebé decía el tata Freud.
De todos los medios de comunicación disponibles hoy en día, nos llegan mensajes:
¿Y, para cuando?
Él va a llegar cuando se le ocurra, y entre todos lo vamos a comer a besos.

Deseos

Baldessari, Adriana

Bajo la parra del patio, en la Nochebuena del ’16, mi abuela comió doce uvas chinche. Según la tradición pidió doce deseos con las campanadas del reloj. Uno de ellos se cumplió de inmediato, fue el primer beso, que en sus labios aún dulces, le dio mi abuelo. Otro tardó nueve meses, fue mi papá.