Aquellos carnavales

Salguero, María Aurora

Los vestidos de seda y fantasía danzaban dibujando la fiesta. Casi todas las muchachas recurríamos a la falletina, que siendo económica brillaba y se podía llenar de lentejuelas. La nona era la encargada de dirigir el grupo de costureras y todas fantaseábamos con llevar la corona de reina barrial. Los muchachos se las ingeniaban para tener coloridos disfraces: superman, el zorro, el hombre araña y tantos personajes se sacaban chispas en la imaginación de cada participante. La competencia mayor era pegar patadas en la cola mullida de los payasos.

La casa de los abuelos era el punto de reunión; al mediodía los tallarines o el asadito, donde era infaltable la falda parrillera. En la sobremesa tratando de ganar por sorpresa se desataban enardecidas batallas con los últimos sifones. Y después ¡sálvese quien pueda! los baldes se cargaban en la pileta de afuera, para no seguir enchastrando la casa y evitar los gritos de la dueña de casa. Los más pudientes llenaban los baldes con “bombitas”- pobre de quien recibiera un bombazo- con alegría, no se sentían mucho; pero a la noche los moretones aparecían. La especialidad de la tía Pepa era taparlos con maquillaje y Angel Face.

Cuando los rezagados dejaban los baldes comenzaban los preparativos para los bailes en la Sociedad de Fomento. Desde temprano la sede social se iba llenando con los Fernández y González así, una a una, todas las familias del lugar completaban las mesas dispuestas a bailar. Con orgullo recorrían la pista tras los compases de pasodobles y milongas. La fiesta duraba -¡eso sí!- Hasta las cuatro de la mañana.

El día siguiente era una repetición que culminaba con los ¡ocho grandes bailes de carnavales! promocionados durante todo el verano por el altavoz del verdulero. ¡Cuántos bailábamos con los compases de la orquesta típica que recorría el sur alegrando nuestra niñez y adolescencia! Muchos conocimos el amor escuchando a Héctor D´ Espósito. ¡Qué alegría que podemos remontar aquel hermoso pasado!

Renacer

Hidalgo, Paloma

Buscaba un disfraz especial, quería ser la reina de la fiesta, por eso decidió salir de su crisálida. Entre tanta polilla, sus alas de mariposa no pasaron desapercibidas en la oscuridad de la noche.

Justicia

Cabrera, Rubén Faustino

Emocionado, asistí por primera vez, invitado especialmente por mi trayectoria, a la Convención Anual de Bromistas Incorregibles.

-¡Bienvenido! -me dijeron-. Sentate.

Me corrieron la silla y caí de culo al piso.

La máscara

Parisi, Carlos

La máscara mostraba un gesto casi tan terrible como el de su propio rostro. Ese que tanto ocultaba de las miradas ajenas. Nadie notó que esa noche no la llevaba puesta.

El carnaval suele permitir ser otro por unos días; él, en cambio, lo esperaba para ser él mismo.

Halloween

Bece

El Mariano era dentro del plantel de peones, al que más le gustaba hacer bromas al resto de sus ocasionales compañeros. A él se le atribuye haber utilizado “jalapa” (Ipomea Purga) para escarmentar a un señorito de la ciudad que lo había agarrado de “punto” desde su llegada al campo, y que gracias a unos mates que le acercó gentilmente Mariano, casi desaparece por el inodoro, debiendo volver de urgencia a la ciudad “porque la comida del campo”, no le sentaba bien.

Harto de las bromas del Mariano, sus compañeros se aunaron en una venganza, y una noche de domingo oscura y ventosa, cuando regresaba medio obnubilado por alguna que otra copita demás, el Mariano y para no ser menos también su caballo, se espantaron al ver en la tranquera principal a un monstruo de gran cabeza con un ojo rojo y el otro amarillo, unos pocos dientes que parecían filosos y como una especie de luz que bajaba por todo un cuerpo sin formas. En menos que canta un gallo el Mariano, lúcido como por arte de magia estaba otra vez en el pueblo, dispuesto a volver al campo solo al día siguiente y bien avanzada la mañana, situación que permitió a sus compañeros utilizar en un puchero, el zapallo grande y redondo que tan bien había cumplido, previa preparación con un celofán rojo y otro amarillo, una sábana de la Matilde y una linterna, su rol de monstruo penando en la noche.

Sin título

Barros, Renzo

La música de batucada era el comienzo de la fiesta del Pujllay el rey de la alegría que invade las almas y los cuerpos. El chico que guía con el repique tiene un toque sobrenatural, brota de su corazón luces multicolores, nadie lo conoce, salió de la nada, por su gran talento es el líder. Con el ultimo acorde al final del carnaval desapareció, se esfumo en el aire, lo observamos llenos de asombro por haber tenido la suerte de compartir con el Pujllay esa esencia sutil que los ojos no pueden ver, el ser mismo que hace al fuego arder y al río fluir.

Carnaval

Pérez, Susana

Se pusieron sus mejores máscaras y pensaban que simularían a la perfección ser quienes no eran.

No sabían que teniéndolas puestas eran al fin ellos mismos.

Ojos de carnaval

Maturana, Julio

Cuando comenzó a amanecer el pisco que habían tomado toda la noche apareció dentro de sus ojos, millares de venitas explotaban encegueciendo las figuras danzarinas.

Paseo de domingo por la tarde

Gaziano, Mirta

La gata siamesa avanzaba pegada a la pared con la correa tironeada por su dueña.

Ambas mantenían un paso desparejo, la gata asustada, mirando espantada a su alrededor, para ella era extraño eso de alejarse sujetada a una tirante correa a varias cuadras de su territorio reconocido por sus marcas naturales.

La chica llevaba a la gata como si fuese un perro, y ésta no respondía como tal y la obligaba a reacomodarse en el avance desparejo por la tirantez de la correa, pero seguía adelante.

Iba despreocupada casi totalmente de su mascota, y avanzaba como “Y A MI QUE ME IMPORTA” mirando la nada, cabeza erguida, adelantando el pecho, apurando el paso, sin ojos (por los anteojos negros) tirante hacia atrás los teñidos y amarillos cabellos apretados.