La carpintera

Hinrichsen, Ana

No tenía un peso y no sabía cómo hacer para que Papá Noel los visitara esa navidad.
De pronto, se inspiró. Fue a la carpintería a pedir esos requechos que quedan de los cortes de madera, se consiguió unos clavos y pidió prestados unos martillos entre los vecinos. Resultó un éxito total.
Ese año fue el mejor regalo de navidad: todos los niños del vecindario, sus hijos y sus amigos, se divirtieron largas horas martillando.

¡Mamita! ¡Ven, por favor!

Hinrichsen, Ana

Cuando tenía unos cuatro años, mi madre se ausentó unos días que me parecieron años. Mi abuelita me cuidaba bien pero me retaba mucho. Entonces, yo echaba muchísimo de menos a mi mamá.
Así es que, subí a un cerro y en soledad grité a los vientos con toda la fuerza de mis pequeños pulmones: “Mamita, ven por favor, que te extraño”.
Grité y grité. Lloré hasta que me cansé y decidí volver.
Cuando bajé del cerro y llegué a mi casa, entré a tomar agua. Al volver a salir, la vi a ella que venía caminando cargada de bolsas. Casi muero de alegría: creí que de tanto llamarla, ella me había escuchado.
Durante años pensé que mis gritos llorosos la habían traído de vuelta. Aún hoy, cuando la necesito, subo a un cerro y grito: ¡Mamita! ¡Ven, por favor!

Ubicación política

Hinrichsen, Ana

Presurosa cruzaba la plaza cuando alcancé al grupo de tres madres que solitariamente hacía su recorrido como todos los jueves. Una de ellas, lloraba. Todavía no sabe nada de su hija que sigue desaparecida junto a cientos de ciudadanos más.
Para entender no alcanza con la racionalidad de un análisis o tener un alma piadosa y buena imaginación. Pero, a veces, está uno, exactamente en las mismas coordenadas y, entonces, uno comprende.

Carne tierna

Cybrghost (Pérez García, Miguel Ángel)

Se esmeró en preparar la comida con lo poco que había. Procuró filetear delgado y no pasarlo demasiado. Pero cuando llegó a la mesa los niños no paraban de protestar “¡Jo, mami!, está dura”. ¡Ogros malcriados! ¿Qué piensan? ¿Qué todos los días toca niño?

Consejo de madre

Hinrichsen, Ana

En medio de una conversación cotidiana, ella, la madre, espeta tenebrosa a la hija recién divorciada: “Vos tené cuidado si te ponés de novia. Buscate uno que tenga plata porque cuando este otro se entere, te va a largar dura y no te va a pasar más nada”.

De consulta

Hinrichsen, Ana

La madre y la hija sentadas frente al terapeuta, tienen aspecto de cansadas.
Muy segura, la hija plantea: “Tenemos problemas de comunicación y nos cuesta convivir”. “Ella –señalando a la madre- casi no habla y cuando lo hace no la entiendo”.
La madre se defiende: “No hablo porque cada vez que lo hago, se pone imposible”.
La hija reacciona impetuosamente: “¡Pero cómo decís eso!” “¡Fijáte lo que decís!” “¡Parece que vos no te escuchás!”
Mutis.

La creatura

Hinrichsen, Ana

El infortunado brama desesperado: “Madre, madre ¿por qué me has abandonado?” Y Víctor Frankenstein, calla, atemorizado.

La mantis

Hinrichsen, Ana

Cuando Carmela grita aterrorizada “mamáaaaa, vení a ver”, las baldosas rojas del patio no se pueden pisar ni con ojotas.
Salgo, y juntas en ese infierno, miramos detenidamente y durante unos segundos a la preciosa mantis que también nos observa con su cuerpecito verde iridiscente notoriamente tenso. Igualmente atenta y erguida sobre las patas traseras, nos enfrenta desafiante. Es perfecta y -no sé por qué- pienso, joven.
Pero mi niña, aferrada a mis piernas, llora muy asustada. Entonces, recuerdo lo peligrosa que dicen que es y doy el escobazo.
Su vientre estaba lleno de huevitos, por eso nos enfrentaba: ella, defendía a su progenie. Ese día, en nombre de mi maternidad, me convertí en asesina.

Madre hay una sola (hasta el final)

Hinrichsen, Ana

En el silencio de la madrugada dialogan solitariamente. “Mamá”, se queja, “nada de lo que aprendí me sirvió para la vida”, mientras piensa la pregunta que no se anima a realizar en voz alta: “¿Por qué no me enseñaste cosas normales?”
Ella, responde persuasiva: “Hijo, lo que pasa es que el mundo no tiene capacidad para comprenderte… además, cambia irreductible y velozmente, por eso, lo aprendido no sirve de mucho”. “Y eso”, se dice a sí misma, “ya no es mi culpa”.
Los interrumpe el enfermero con la medicación.

Mama Pacha

Hinrichsen, Ana

La vi sólo en dos oportunidades. Una, cuando sentada en la salita esperando que la atendieran, parecía que iba a reventársele el vientre. La rodeaban tres o cuatro mocositos, todos, impecablemente cuidados.
Poco tiempo después, cuando acunaba al bebé entre sus brazos color chocolate y sus curvas generosas y tibias, hablándole, y el niño, que no tenía más de cinco meses, la miraba embelesado acariciándole la cara con sus manitas mientras se dormía.
Pacha, lo que ordena y mama, lo que nutre: la Pachamama le dicen.