La girasola

Camila Cecilia Contigiani

La acompañaban extraños olores. Los cambios por venir azotaban más que los ya vividos. Su cuerpo, lentamente, reconocía la languidez, inevitable, cíclica. Pero los dolores sorprendían la corteza de su tallo. No estaba listo, aún, para afrontar la indeseada rigidez, más a destiempo que prematura.
La acompañaban extraños colores. El ámbar golpeó sus pétalos, que abrieron en plena lluvia. Miraban hacia abajo. La densa y viscosa lágrima de savia fluía, invitando al espectáculo más cínico y delicado. Las hojas temen emerger. Una flor, se derrama.
Los girasoles florecen al acabar el verano. La girasola, no.