Herencia

Adriana Baldessari

Cuando mi madre murió lo único que acepté llevarme de su casa fue el antiguo sillón estilo francés en el que dormitaba por las noches, evitando la cama.

Lo que no supe en ese momento es que también heredaría todos sus sueños y todas sus pesadillas.

Desafiando la fantasía

Peregrino

La realidad se empeñaba en desdibujarle las mejores fantasías. Sus creaciones resultaban letras tímidas que no lograban conmover. Decidió, entonces, dejar de escribir y dedicarse a pergeñar y cometer el más original hecho atroz, en definitiva era un creador…

¡Viven!

Peregrino

Ángeles y demonios se debatían en La casa de los espíritus a la espera de La Metamorfosis que les permitieran convertirse en El Principito. En tanto, El alquimista lograba El perfume que El conde de Montecristo utilizaría en sus Mil y una noches.

Así, Un Mundo feliz ingresaba a El Túnel de la Divina Comedia dejando a La era del vacío como simples Ficciones de La conjura de los necios.

Nada nuevo había sucedido, desde La Biblia los libros viven; trascienden a las generaciones y se instalan definitivamente entre El amor, las mujeres y la vidaFinal del Juego.

Tempestad

Peregrino

Labró su huerta sobre tierra virgen. Orgulloso vio crecer sus tres retoños fuertes, vigorosos y traviesos.
Cuando los surcos alcanzaron su piel sintió que había llegado el momento de detenerse a contemplar su obra. Fue entonces cuando en el horizonte se dibujó una tempestad, distinta a las conocidas, mucho más cruel y siniestra.
Primero se llevó el pilar sobre el que se recostaba, su soporte; luego al que le había dedicado todo su esmero, porque su fragilidad así lo exigía.
Desde entonces, absorto; pierde su mirada en el infinito. Busca otra tormenta, una que le permita reencontrarse con lo perdido…

La madre

Gabriela Mistral

Vino mi madre a verme; estuvo sentada aquí a mi lado, y, por primera vez en nuestra vida, fuimos dos hermanas que hablaron del tremendo trance.
Palpó con temblor mi vientre y descubrió delicadamente mi pecho. Y al contacto de sus manos me pareció que se entreabrían con suavidad de hojas mis entrañas y que en mi seno subía la honda láctea.
Enrojecida, llena de confusión, le hablé de mis dolores y del miedo de mi carne; caí sobre su pecho; ¡y volví a ser de nuevo una niña pequeña que sollozó en sus brazos del terror de la vida!

Proporciones

María del Carmen Allegrone

Las palabras, por ejemplo, no hay día en que las lustre, las cepille, las ponga en su justo estante, las prepare y acicale para sus obligaciones cotidianas.
Julio Cortázar

Exagera cuando habla del sabor de la comida en los conventos, la longitud de las avenidas en los hormigueros, la suavidad de los almohadas en las camas solares, la belleza de los garabatos infantiles, el brillo de las lápidas, el amor de los asesinos por sus mascotas, la valentía de los astronautas, el temor de las ventanillas de los bancos, la duración de las discusiones en un gallinero, las complicaciones de cartel entre estrellas de una misma galaxia, la prolijidad en las uñas de los torturadores, las comodidades en los baños para estatuas, la temperatura de la piel de los enamorados, las rencillas entre sumas y restas en los planes económicos, la eterna juventud de las traiciones cotidianas, la piedad de los cuervos ante sus presas, la veracidad de los recuerdos de las abuelas, las faltas de ortografía en cuadernos de piratas, la violencia entre adornos de un bazar, el humor del placton oceánico después de una sesión fotográfica de la National Geographic. Se excede aún más cuando afirma conocer la cantidad de amantes que cortejan a la abeja reina en un panal, el largo de las alfombras donde se arrodillan los obsecuentes, el total de pisotones entre batracios del estanque, el número de maldiciones que le gritan al pintor ángeles y querubines en los cuadros renacentistas. Ha llegado al extremo de afirmar que puede reconocer el tiempo que dura la turbación del pimpollo de rosa ante la proximidad de la tijera. Emprende el relato y sabe que nadie le creerá. Algunos ríen, otros la imitan. Amplía, disminuye, aleja, acerca, imagina otros límites.
Una vez caminando por el barrio, divisó unos muchachos que cargaban un cubo blanco de chapa. Avanzaban a los tumbos por el asfalto. La marcha se detuvo, uno de ellos arrancó unas flores de malvón sin que lo vieran, armó un ramito y se lo puso encima.
¿Quién le creería si dijera que presenció el extraño funeral de un viejo lavarropas?

Los gustos… en vida

María del Carmen Allegrone

Comieron la manzana con toda furia, todo el arbusto del bien y del mal. Marosa di Giorgio

Huevos crudos sobre el musgo limpio, fuente de metal playa con suficiente agua fresca, algunas lauchitas blancas, dos o tres lagartijas. Dieta balanceada, luz natural, temperatura justa. Proximidad de las orquídeas, imperceptible respiración de los gomeros, ir y venir de insectos. Casi todo resuelto.
Con un silbido le avisa que llegó, a veces la llama por su nombre, le agrada que por un momento no la confunda con un perro, la saluda con una caricia, la invita a salir del lugar donde duerme y sueña con la Sabana. Corre las cortinas, resplandores de tarde caliente, música oriental. Se descalza, bailan. Contorneándose, se estiran. Mezcla de sombras en el techo. Se le enrolla en las piernas, en los brazos, logra desnudarla, están las dos con la piel al aire. Sube el volumen de la música y la bestia enloquece de deseo, abre la boca en un espectacular arqueo de mandíbulas rosadas y húmedas. Emerge su lengua suelta que vibra como aleteo de colibrí. Danzan hasta agotarse. Tiradas en el piso, se acomodan. Estaturas envueltas.
En ocasiones han compartido el lecho, postres nocturnos que se dan una a la otra. No es sencillo quedarse en un rincón de la cama para hacerle lugar, pero no hay nada más placentero que sentirla cerca, pesada, inmóvil, alerta.
Una noche la pitón real esperó que su dueña empezara a roncar. Suavidad al deslizarse, temblores de gozo. Movimientos lentos, calculados, medir la longitud del cuerpo extendido, habilidosa maniobra de quien necesita conocer las dimensiones exactas de su banquete.

Amanecer

Jorge Sánchez

La tapa del ataúd se movió lentamente y el vampiro despertó de su largo sueño. Presuroso fue a buscar el alimento con el cual había soñado en los últimos cien años. La noche no parecía especialmente extraña pero algo en el ambiente hizo asustar al vampiro. Decidió convertirse en murciélago, así recorrería más distancia en menos tiempo. Desde las alturas vio ciudades en ruinas, bosques arrasados por incendios, columnas de humo subían haciendo sollozar al vampiro.
Recorrió de ese modo todo la noche. Cada ciudad presentaba el mismo paisaje; la desolación que trae la paz sobrecogió al vampiro. Entendió que los humanos habían hecho aquello que tanto temía, aquello que era la fuente de sus más amargas pesadillas. Ahora todo era realidad, los humanos ya no estaban.
El vampiro sonrió al ver lo patético de su realidad. Cansado al fin y consciente de su situación el vampiro descendió en un pequeño barranco, retomó su forma de hombre, de imitación de hombre -pensó el vampiro- y, mirando al cielo, se preparó para ver el primer amanecer de su vida.

En nombre del Señor

Peregrino

Fueron muchos siglos de investigación, pero al fin, continuando con una línea de trabajo; un reconocido científico de un país Islámico logró demostrar que su Dios no era del género que habían asumido históricamente…
Ya no era posible recuperar las mujeres ejecutadas por infidelidad. Quizá, todavía pudieran encontrar con vida a alguno de sus amantes para enmendar, al menos, alguno de los errores cometidos…

Ojo por ojo

Sergio Gaut vel Hartman

Inventó una máquina de escribir microficciones y las disparaba como si fuesen los proyectiles de una Gatling. Los otros autores inventaron una máquina de eliminar escritores que hubieran inventado una máquina de escribir microficciones y lo acribillaron a palabras.