Garrido, Felipe
“Hace diez años”, pensó cuando vio el libro sorprendido de encontrarlo allí, tan a la mano. Sospechó que algún secreto movimiento de defensa se lo había escondido.
Tomó el pequeño, gastado volumen de orillas rotas, no por el uso, por el peso del tiempo, y lo puso en la mesa. Pasó un largo rato contemplándolo, sin abrirlo, por no leer la trémula dedicatoria. Recobró solamente dos versos que lo habían acompañado desde entonces: “Amar es una seda, la de la llaga que arde sin consumirse ni cerrarse”.
Cerró los ojos y recordó cómo el libro le había sido devuelto al día siguiente, apresuradamente, sin explicaciones. Como él lo había abandonado, con ganas de perderlo. Nunca hasta ahora lo había vuelto a ver. Lo alzó en la palma de la mano izquierda y lo abrió. Un papel doblado en dos ocultaba su dedicatoria. Lo extendió. Reconoció enseguida los trazos caprichosos. Bajo la fecha inequívoca leyó: “Por favor búscame el domingo. No me vayas a dejar”.
Garabatos.
Que bien