Ale, Marta

“A ver vos guachita, abrí las gambas, levantá las manos, apoyalas en el techo, dame todo lo que tengas en la cartera, no, dame la cartera y no hables, nosotros hablamos”. Me acordé de un episodio de mi infancia en donde el miedo había hecho que me mojara, ahora me estaba pasando… Y el pibe que estaba conmigo del otro lado del Citroen intentaba explicar no se qué, y recibía gritos y culatazos. “Callate, te lo digo por última vez”. Había ido a cuidarle su bebé y él se había ofrecido a llevarme a casa. Vivía en 6 y 54. “No tomes por la 53- le dije-, es muy oscura”. “No pasa nada…” Y de repente aparecieron, brotaron de los adoquines, todos armados, apuntándonos, casi todos de nuestra edad, menos uno como de 50, el jefe. “Flaco, ¿a dónde levantaste esta mina? ¿De dónde se conocen?”. “Es la chica que cuida a mi bebé”. “Andá, qué me querés hacer creer boludo, ¿a dónde la llevabas? ¿A dónde iban?”. Y empiezan a caer cigarrillos, papelitos, hojitas secas, lapiceras, rimel, de la carterita que estaban dando vuelta frenéticamente y leían y revisaban y querían encontrar algo, algo… Pasa un rato, me pongo a llorar, el que me apunta: “No llores tarada, si no te pasa nada”, y me pincha la cintura con el arma… “Bueno, acá no hay nada. Subí guacha y váyanse. Ustedes sí que la sacaron barata, porque nosotros tiramos primero y preguntamos después…”. Cuando llegamos el café que me tomé era la Vida…