Patricia Nasello
Creíste que callándote la boca mantendrías en equilibrio los acuerdos preexistentes, que huir de la lucha era más razonable que pelear a muerte.
Desconocías la cualidad inflamable del silencio viejo: cuando choca contra el tedio, ese hijo pervertido de las cobardías nuevas, genera una llama pequeña.
El incendio miserable que alumbra tu destrucción, deviene consuelo amargo para quienes hubiesen muerto jurando que, algún día, ibas a brillar.